La pandemia nos desnudó. Nos dejó expuestos. Nos encontró con lo puesto. Y con eso había que barajar el silencio, el encierro, la estrechez. Con eso había que enfrentarse al espejo. A esx otrx con quien convivíamos. De pronto nos dimos cuenta que esx otrx éramos nosotrxs mismxs. Y así fue. El cautiverio nos puso existenciales. Me puso existencial. Me obligó a mirarme a mi misma como quien observa a su objeto de estudio. A observar qué traía en la barca con la que pretendía a cruzar la tempestad que se cernía sobre nosotros. A analizar con qué herramientas contaba para dar batalla a este contexto de enemigos invisibles. Nada más que yo. Mi armadura, un rostro. Un avatar. Ese avatar que pasamos a ser en redes. Ese avatar que también es la máscara que portamos todos los días, de la que a veces tenemos tantas versiones. La vida es un carnaval. Pero de pronto el carnaval se tornó oscuro, silencioso, y solo quedó luz en ese semblante plástico que nos protegía. ¿Qué protegía? ¿Que había detrás? ¿Qué pusimos delante? Y, ¿cómo sobrevivimos a la experiencia animal de lanzarnos todos los días a esta guerra por la supervivencia que implica la inmersión en el mundo moderno? ¿Que nos hunde? ¿Que nos sostiene a flote?
Este análisis me llevó a trabajar con mi máscara. Tu máscara. Las máscaras. Porque mi rostro es el rostro de una generación. Mi rostro es también el rostro de un género en lucha. Mi rostro también es el de la desilusión. Es también el de la esperanza.
Tomé mi foto. Una foto subida a las redes. Foto linda. Foto de góndola. Y tomé los rasgos esenciales de ese rostro de ojos cubiertos que no me devolvía la mirada. Generé un sello. Porque, como las multinacionales y el quiosco de barrio, las personas también llevamos nuestra marca. Esa silueta que denota nuestra individualidad. Foto 4x4. Foto 3/4 perfil. Todxs hemos estado ahí. Todxs hemos llorado un poco con el flash. Y aún así, muy dispuestxs y voluntariosos, sacamos la selfie y la subimos a las redes. Porque sabemos, en el fondo, que nuestro rostro no es más que información. Y, ¿cuál es esa información? ¿Qué esconde? ¿Qué devela?
Cada foto es un rompecabezas que tratamos de armar sin que se vea la grieta que separa las piezas. Yo tomé la foto y la quebré. Quería ver que había detrás. Desnudarme. Destejerme. Romperme. Colgarme. Exponerme. Verme. Y en ese proceso sigo. Tratando de comprender qué me sostiene y qué me hunde. Qué filosofías y amuletos me amparan. Por qué y para qué me levanto todos los días y tomo mi lugar en el circo. Porque todxs, en definitiva, a veces, nos sentimos mártires o dioses.
Todos los días matamos un poquito de nosotros para sobrevivir. Y otro poquito nace, o renace, o se recicla. Somos materia en movimiento constante. Vivimos fragmentados, estallando por dentro. Mentales, avarxs, locxs, iracundxs, soñadorxs, amantes, despiadadxs, inconscientes, deseosxs, poderosxs, dominadxs. Y aún así, todos los días encontramos la fuerza para levantarnos. Porque, parafraseando a Schopenhauer, somos seres indigentes, y necesitamos de ese afuera para sobrevivir. Entonces creamos este avatar hermosamente falso para que juegue nuestro juego de la vida.